Astrología: ¿Ciencia o arte?

La astrología utiliza un lenguaje, a un tiempo, técnico y simbólico y poético. Procede de la ciencia y del arte. Aprender su funcionamiento ayuda a conocerse más y a comprender mejor a los demás.
Ante todo, observarás que, normalmente, creemos o no creemos en la astrología. Esta divergencia se basa en un malentendido y en el desconocimiento de sus fundamentos. En efecto, creer o no creer es el resultado de una superstición y de un lugar común, ya muy antiguos. La creencia se relaciona con la idea de que todo está escrito en nosotros de antemano y con la afirmación de que vivimos bajo la influencia de los astros. Los adeptos a la astrología encuentran en ello una manera de justificar sus errores, sus debilidades, su ignorancia. Sus opositores ven en ella una creencia arcaica y al mismo tiempo la negación del libre albedrío. A decir verdad, afirmar que todo está inscrito (y no escrito) en nosotros desde el día de nuestro nacimiento no significa que todo esté decidido. El niño que llega al mundo puede ser comparado con el grano sembrado. Si se conoce la naturaleza de la semilla, la cualidad de la tierra, el período del año en que se siembra, el clima de la región en la cual fue sembrada… se puede prever qué planta surgirá de la tierra. Se trata, más bien, de condiciones que de influencias. He aquí los criterios a los cuales se atiene el astrólogo.

La astrología como ciencia

Para los hombres de la Antigüedad -que concibieron el sistema y el principio del zodíaco hace aproximadamente 4.000 años-, la astrología era evidentemente una ciencia. Se basaba en el estudio de la relación entre los fenómenos de la naturaleza y ciertas manifestaciones celestes, que reaparecían a intervalos regulares. Esta observación sistemática, didáctica y escrupulosa, construida sobre la ley de causa y efecto, es todavía la de los hombres de ciencia contemporáneos, aun cuando hoy con las nuevas aplicaciones tecnológicas ha quedado muy desfasado todo lo que nuestros antepasados hubieran podido imaginar. ¿Se trata de un progreso? Sí y no. A nuestro entender, lo es; ya que obtenemos los medios para vivir con mayor comodidad, más sanamente, más libremente, y, por tanto, más tiempo.
Así pues, podemos considerar que el hombre moderno no sólo ha desafiado a su destino, sino que también lo ha vencido al prolongar su esperanza de vida en la Tierra. Sin embargo, ¿hemos vencido realmente las grandes plagas que siempre han atormentado a la humanidad a lo largo de los milenios: las catástrofes naturales (llamadas actualmente «ecológicas»), las hambrunas o las epidemias? No podemos estar tan seguros de ello. Las hemos vencido, pero sus sombras amenazadoras todavía nos observan.
Más aún, es muy raro que tengamos una visión optimista de nuestro futuro. El gran teatro del mundo, tal como se nos presenta día a día, nos inclina antes a la angustia, al miedo o a la desesperación, que al entusiasmo o a la esperanza.
Es aquí donde podemos cuestionarnos si, a medida que avanzan las ciencias y sus aplicaciones prácticas, no hemos perdido algo esencial: la capacidad de asombrarnos; esa capacidad que cada uno de nosotros posee y sin la cual la vida puede parecemos, aveces, carente de sentido. Sin embargo, para los hombres de la Antigüedad, esta parte de leyendas, de mitos, de sueños, de misterios se encontraba en el centro del gran sistema que es la astrología, construido a pesar de todo sobre unos datos lógicos y unas observaciones ciertamente rigurosas.
Por lo tanto, aunque vivimos con un relativo bienestar material y moral, y en unas condiciones que nos permiten protegernos del frío y de las intemperies, ver tanto de día como de noche, aliviar nuestros dolores cotidianos, vencer con cierta facilidad unas enfermedades que, en el pasado, diezmaron centenares de miles de individuos, recibir a voluntad agua fría y caliente…, asimismo estamos sumergidos en un cierto desencanto y nos planteamos siempre las mismas preguntas sin conseguir dar con las respuestas: ¿De dónde venimos?, ¿quiénes somos?, ¿adonde vamos?
Aunque los progresos de la ciencia hayan modificado nuestras costumbres en el aspecto formal, en el fondo nuestras preocupaciones continúan siendo las de siempre.
De hecho, si nos adentramos seriamente en el estudio de las civilizaciones y de las culturas del pasado, constataremos que los deseos, los sentimientos, las esperanzas, las motivaciones, las contradicciones, las preocupaciones, los comportamientos de aquellas gentes son comparables a los de nuestros antepasados.

La astrología como arte

Sea como sea, el zodíaco no es más que una gráfica de referencias en la cual podemos leer unos datos correspondientes a unas cualidades, a unos valores humanos.
Cada cual posee unas características que le son propias. Pero lo que hagamos de ellas depende tanto de las circunstancias (las condiciones en las que nos encontramos) como de nosotros mismos, de nuestras elecciones, de nuestros actos. Estos últimos no están inscritos en nuestra carta astral.
En cambio, el hecho de que estemos predispuestos para tal elección en vez de para tal otra, inclinados a producir tal acto y no otro, sí está claramente inscrito. Así pues, no resulta vano afirmar que la carta astral sirve de soporte para nuestro propio conocimiento y el de nuestra vida activa.
Conocer los datos y las informaciones que se inscriben en el esquema de nuestro zodíaco personal nos da los medios para ser más clarividentes, más precavidos, más conscientes de nuestras cualidades, de nuestras debilidades y, también, de nuestras propias posibilidades y limitaciones.
De este modo, también se aprende a diferenciar lo que pertenece a nuestro ser y lo que resulta de las circunstancias y de las condiciones en que vivimos. En otros términos, se trata de diferenciar nuestra responsabilidad de la de los demás.
He aquí cuál es el verdadero espíritu y con qué objetivo conviene aprender astrología.
Así pues, entendemos que la astrología se acerca más a un arte de vivir que a la práctica de una ciencia. Sin embargo, para dominar este arte, es necesario someterse a reglas y cálculos, análisis y evaluaciones, métodos y teorías, hipótesis y experiencias, resultados y especulaciones, leyes y constataciones… que recuerdan los trabajos de un laboratorio.